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Hola a todos, gozando de esa paz que sobre pasa todo entendimiento me encuentro hoy y pido al Señor que derrame sobre ustedes esta misma paz para que vivan tranquilos y confiados sin importar el panorama que los rodee.

Justo hoy hablaremos de un amor muy especial que es el amor de madre. Se ha definido de muchas maneras y se han escrito versos hermosos acerca de este hermoso sentimiento. A mí me gustó la siguiente definición: es un amor incondicional, un amor eterno que surge de forma instantánea entre un hijo y su madre como una conexión que une dos cuerpos y dos almas.

La verdad que para comprenderlo en su totalidad hay que vivirlo y creo que las palabras con las que queramos definirlo se quedarán siempre cortas.

Las madres desempeñan un rol muy importante en el desarrollo de los hijos. Son quienes les enseñan esa parte frágil que todo ser humano debe tener, quienes les inculcan valores y principios. Son también ellas quienes les enseñan a amar y respetar a los demás.

El pasaje que a mí me alienta mucho a seguir de pie en esta ardua labor de madre es el de María cuando recibe la visita del ángel Gabriel. Este mensaje no es sólo para las madres, sino para todo hijo de Dios, pues esta valiente mujer nos da una gran lección. Dicho pasaje se encuentra en Lucas 1: 26-38.

María vivía en Nazaret y estaba comprometida con un varón de nombre José, quien era descendiente del rey David. En el versículo 28 en ángel la saluda de la siguiente manera: ¡Salve muy favorecida¡ El Señor es contigo; bendita tu entre las mujeres”. En otras versiones dice “llena eres de gracia”. Que palabras tan hermosas son éstas, y creo que son el mejor cumplido que le pueden dar a una mujer como María, quien era una mujer virtuosa que conocía a Dios y respetaba sus mandamientos.

Después de esta introducción, el ángel le dice que ella será la madre del Hijo de Dios, quien tendría por nombre Jesús, y quien sería el que reinaría por siempre. María preguntó que cómo esto podía pasar si ella no había estado con ningún hombre. El ángel le respondió que sería a través del Espíritu Santo.

Al escuchar esta contestación, María no dudó ni por un instante que así sería a pesar de que quizás su razonamiento lógico y humano le decían que esto no era posible. Ella sólo se dejó guiar por su Fé. ¿Cuántos de nosotros hubiéramos podido contestar, sin titubear,  lo que María contestó?.

Lucas 1:38 “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”. Esta mujer de Fe demostró también ser una mujer de corazón humilde que se reconoce a sí misma como sierva de Dios y que es obediente, pues sabe bien que la Voluntad de Dios es perfecta. Ella confió plenamente en lo que Dios haría con ella y con su hijo.

Enfrentar una situación así en aquellos tiempos era aún más desafiante que ahora, pues ella ahí aún ni sabía si José la aceptaría en esta condición. Hoy en día pensar en ser madre soltera es algo menos alarmante, pero para ella el sólo pensar en esa posibilidad, debió ser muy duro.

Dios la respaldó en todo momento y ella logró criar a su hijo al lado de su esposo José. Sin embargo, ser la madre de Jesús debió ser un reto en todo tiempo. A pesar de que no se narra mucho de la infancia de Jesús, encontramos un pasaje en donde se nos narra cuando Jesús, estando en Jerusalén, se quedó compartiendo su sabiduría con los maestros de la ley y sus padres tardaron 3 días en encontrarlo.

José y María se agobiaron como cualquier padre terrenal y lo reprendieron. Jesús a sus 12 años sólo contestó: “en los negocios de mi Padre ando”. Sin embargo,  fue un gran hijo que supo valorar la corrección de sus padres, quienes lo supieron amar y guiar en todo momento. Jesús creció respetando la autoridad de sus padres y también las leyes y tradiciones de su pueblo. Dicho pasaje lo encontramos en Lucas 2:41-51.

Sin duda alguna, el reto más grande para María como madre fue ver a su hijo maltratado, vituperado y crucificado. Ella, aún con su dolor físico, se mantuvo firme porque sabía que la palabra de Dios se debía cumplir y vaya que lo hizo, pues Jesús resucitó al tercer día. 

María comprendió perfectamente que los hijos son prestados y que debemos agradecer cada momento que podemos estar con ellos. Como nos dice en Salmos 127:3-4 “Herencia de Dios son los hijos, cosa de estima el fruto del vientre, como saetas en manos del valiente”.

Seamos unas madres valientes que enseñarán a sus hijos a caminar con Dios, pues el único amor verdadero, incondicional y eterno es el que Dios nos tiene a nosotros. Si tus hijos se sienten amados por Dios, nada ni nadie logrará hacerles daño.

Les amo, les abrazo y primero Dios los veo muy pronto!

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