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Reclutar a niños supone una ventaja para los cárteles, pues son más fáciles de manejar que los adultos. Jonathan todavía estaba en la pubertad cuando de unió a una pandilla del Cártel del Noreste. Tenía 15 años y había crecido en Tamaulipas, una de las zonas más violentas de la narcofrentara en México. Quería ser alguien. Quería pertenecer a algo. Quería respeto y eso significaba pertenecer al narco. “Me tocó andar sin comer, andar sin zapatos y todo eso me orilló a mi a vincularme y a trabajar con el cártel”, aseguró a Milenio.

En México, alrededor de 30,000 menores de edad están involucrados con el crimen organizado en la comisión de 22 tipos de delito, desde tráfico de droga hasta secuestro de personas, así lo reportó el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM en su informe “Niñas, niños y adolescentes, víctimas del crimen organizado en México”. Los principales delitos en los que están involucrados los menores son: homicidio, secuestro, trata de personas, desaparición forzada y actividades relacionadas con el narcotráfico. Reclutar a niños supone una ventaja para los cárteles, pueden hacer el trabajo sucio y enfrentar penas reducidas.

Pero hay también otras razones que explican el juego perverso de los narcos: la niñez es mucho más fáciles de manejar que los adultos. Normalmente suelen desempeñar funciones como cocineros, cargadores, también se les usa en la fabricación de municiones que requieren un manejo mucho más delicado, ya que las manos de niños resultan convenientes para estas bandas criminales.

Una vez que están en la adolescencia se convierten en sicarios, autodefensas o halcones. En una país con una edad mediana de 28 años, el foco de los especialistas está en los más jóvenes, no sólo porque están en etapas formativas que los hacen más maleables, también porque son los que se adaptan mejor a su entorno y replican o padecen la violencia a la que están expuestos. Los principales motivos que refieren los adolescentes por los cuales no están estudiando se encuentran la necesidad de trabajar, con 47.8 por ciento; seguido de no tener gusto por los estudios, con 10.3 por ciento y en tercer lugar la falta de dinero, con 8.5 por ciento.

En los últimos años, la prensa se ha llenado de caras aniñadas. Hace 10 días fueron abatidos 18 sicarios del Cártel del Noreste en Villa Unión, Coahuila, donde se suscitó un enfrentamiento armado contra Policías Estatales. Las víctimas mortales tenían entre 18 y 20 años. Pero la lista de jóvenes en el narco se extiende. En ese mismo cártel fue reclutado el sicario de 16 años, “Juanito Pistolas”. Éste murió de una forma cruel en Tamaulipas. Para los sicarios más jóvenes renunciar al mundo del narco es casi imposible, y la única forma de salir de él es encerrándolos en una cárcel. “Me salvó la vida que me encerraran, quizás hubiera terminado en un ataúd, como otros”, dice un presunto criminal.

La explosión de la violencia estructural ha afectado también a otro sector: las mujeres, quienes se han convertido en víctimas, especialmente en las zonas donde domina el narco. Secuestros, desapariciones, violaciones, asesinatos son cosas de todos los días, saldo inevitable de una guerra entre sicarios en la que las mujeres son una especie de botín para uno u otro bando. Pese a ello, ni el Ejecutivo federal ni los gobiernos estatales han mostrado tener entre sus prioridades el asunto. Los feminicidios cometidos por el crimen organizado son un modus operandi que los cárteles de la droga utilizan para mandar un mensaje. María Salguero, autora del mapa de feminicidios en México, ahonda sobre el tema, asegurando que “ya se está empezando a hacer un patrón”. Salguero clasifica dichos delitos como “pertenencia del enemigo», es decir, las mujeres son vistas como objeto de posesión del rival. “Para dañarlo hay que asesinar a quien más les duele: sus hermanas, sus mamás”.

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