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No había pasado mucho tiempo después de que en la mañana del sábado se supiera de la muerte, en aparente suicidio, del financista Jeffrey Epstein en la cárcel de Nueva York donde esperaba juicio por la acusación de tráfico de menores con fines sexuales que se le hacía y ya circulaban en redes expresiones de asombro, sospecha y descabelladas teorías sobre lo que ‘realmente’ le pasó a un prisionero con tantas conexiones en altas esferas de la política y los negocios.
La suspicacia que siguió a la sorpresa es natural. Se trataba del detenido de más alto perfil en manos de las autoridades federales en Nueva York, su testimonio podría potencialmente perjudicar a nombres célebres (entre sus amigos se contaban el presidente Donald Trump, el expresidente Bill Clinton, y hasta al duque de York, el príncipe Andrés, entre otros) que pueden haber estado cercanos en sus correrías.
Por eso la sospecha de que ‘alguien’ no quería que hablara no parecería tan descabellada. Además, hasta hacía pocos días atrás Epstein había estado bajo vigilancia especial y terapia luego de un supuesto intento de suicidio. De pronto lo regresan al encarcelamiento normal. Muy extraño, dicen los escépticos. Esa extrañeza es compartida desde el fiscal general, William Barr, hasta la representante por Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez.